Jose Alberto Alvarez Bravo.
Morir sin haber vivido. Ese es el destino de los cubanos nacidos a partir de la segunda mitad del siglo XX. Y ese destino no lo querían para su bebita los padres de Hellen Martínez Enríquez. Por eso la incluyeron, aquella aciaga madrugada del 13 de julio de 1994, entre los "pasajeros" del remolcador 13 de marzo.
En la Cuba de hoy, despojada de casi todas las tradiciones que le imprimían su sello característico a nuestra nacionalidad, todavía subsiste la costumbre de "bailar los quince"; y este año, Hellen habría cumplido sus quince.
Ignoro las costumbres de los Estados Unidos, país en el que habría vivido la niña de no haberlo impedido la perversidad de unos malvados, pero si sé que reiría gozosa, con la complicidad de una edad en la que todavía no se le ven al mundo sus deformidades.
Los cinco meses que tenía al morir, no le alcanzaron para formularse ninguna interrogante. Menos aun, por qué pueden existir personas con figura humana, capaces de dar órdenes tan monstruosas. Y otras de cumplirlas.
Ya no puede estar muy lejano el día en que la nación pueda erigir un obelisco para perpetuar la memoria de las treinta y siete victimas de tan brutal crimen. Ya no puede estar muy lejano el día en que nuestro pueblo deje de soñar con el exilio. Ya no puede estar muy lejano el día en que dejemos de ser parias en nuestro propio suelo.
Por más que traten de impedirlo quienes viven aferrados a las mieles del poder, nuestra nación alcanzará al fin su libertad. Y los viejos podremos mirar, emocionados, a nuestras adolescentes bailar los quince.
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