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jueves, 30 de julio de 2009

Dolor a dos voces

Jose Alberto Alvarez Bravo.

La fisonomía de las personas suele crearnos una imagen con frecuencia muy alejada de la verdad. A quienes les haya tocado cargar con un cuerpecito minúsculo y endeble, les atribuimos una poquedad innata. A los corpulentos, en cambio, los creemos incapaces de derramar una lágrima, o de tener un sentimiento delicado.

La realidad se encarga de demostrarnos lo contrario.

Las dimensiones y peso corporal de Mario Jose Delgado nos recuerdan al Reino de Liliput, pero la determinación y la entereza con que defiende a "sus" homosexuales, nos evocan con preferencia al mítico Hércules.

Con la licencia para usar un cubanismo, podemos decir que Roberto de Jesús Guerra –Robertico para familiares y amigos- es un zangandongo. Sus abundantes libras lo exoneran de las humanas debilidades que a los "fuñidos" nos están permitidas.

Sin embargo, hace pocos días, después de haber terminado nuestros trajines periodísticos, me hizo depositario de uno de los dolores que lo embargan, impidiéndole hasta conciliar el sueño como Dios manda.

Esta es la historia, que a grandes rasgos, me contó éste incansable soldado de la verdad:

-"Había recibido una citación en los últimos días de junio para que me presentara el 2 de julio del 2008 a un juicio que aún no se ha celebrado. No podía dormir tranquilo, pensaba en que iría a prisión por segunda vez. Sufrí tanto en la ultima condena, donde me pasé dos años sin ver a mi hija Claudia, que no quería correr nuevamente este riesgo.

Participaba por esos días en un curso de capacitación impartido por la Universidad Internacional de la Florida, a través de Conferencias en la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana. Entonces fue allí que Álvaro Yero me presentó a Omaní Ricardo Segura García, periodista independiente; él tenía algo que llamaba lancha de desembarco y necesitaba a alguien que aportara 150 dólares para terminar de pagarla. Pensaba salir del país ilegal, estaba visado por la oficina de refugiados pero su permiso de salida demoraba por parte del gobierno cubano.

La policía política había incrementado la persecución contra los periodistas independientes que participábamos en el curso. Nosotros habíamos sido detenidos y amenazados de encarcelarnos por continuar realizando el periodismo.

El 21 de julio, después de recoger lo necesario para el viaje, acordamos encontrarnos frente al Hospital Naval, en un lugar conocido como la Playita del Chivo. A las seis de la tarde todo salió como habíamos acordado. Inflamos la balsa, hubo algunas palabras cruzadas, pero nada.

Agentes en un carro patrullero nos pidieron documentación de identidad cuando paseábamos antes de tirarnos, mentimos, dijimos que éramos estudiantes de la universidad. Luego más tarde, cuando cayó la noche, decidimos dejar la tierra para adentrarnos en una travesía que nunca había hecho, por lo menos yo.

Todo estaba a nuestro favor: cero moros en la costa. Omaní dio los primeros remazos hasta desaparecer de la orilla. La embarcación era muy pequeña para tres. Le entraba demasiada agua. El tiempo perfecto, el mar tranquilo. Yero daba fama de que otras no se cuantas veces se había lanzado al mar, pero no sabia dar remos, fue allí donde nos dimos cuenta.

Yo si nunca me había metido más para arriba de las rodillas en la playa, les tengo mucho miedo a los tiburones. Cansados de dar vuelta y no avanzábamos -ya como a unas 7 millas, según Omaní-, Yero dijo que si no virábamos él se tiraba, que aquello era una locura. Realmente era una locura. El mar se puso feo en cuestión de segundos. Era más el agua que había dentro de la embarcación que dentro del océano, y sacarla con una lata era como vaciar una piscina con una copa.

Nunca había creído tanto en Dios como ese día. Estaba contra la espada y Fidel. Digo esto, porque si regresaba iría a prisión, y si seguía era hombre muerto, pues conscientes estábamos que no llegaríamos a ningún lado con aquello. Nos cogió el alba en la orilla nuevamente.

Llegué a casa y mi esposa, cuando me vio con las manos ensangrentadas de las ampollas y en las condiciones en que estaba, se tiró de rodillas a llorar. Ella no sabía nada, comenzó a odiar a Omaní, pues dijo que él me había metido esas ideas en la cabeza. Lo mismo pensaría la de él con respecto a Yero y a mí. Segura García tenía tres hijos menores.

A los pocos días lo vi, y me dijo que estaba preparando nuevamente, pero en algo más grande; le dije que fuera a buscar la balsa que ya yo no me iba. El 18 de agosto recibí llamadas telefónicas de varios familiares, en las que me pedían hiciera público e informara a los medios, que 8 opositores salieron el día 15 de agosto en una embarcación rústica.

Sólo me dieron los nombres de 4 de ellos: Raúl y Rolando Alberna, su hermano, Iván Taboada y Rolando Paterson.

Unos días más tarde, llamó a la esposa de Omaní para saber de él y me dijo llorosa ¿dónde está?, ¿qué sabes de él? Le contesté ¿de quién, Omaní? No sé, te estoy llamando para saber. Me respondió: salió el día 15 con otros 7 y aun no se sabe nada. Me dio por decirle: los que se fueron con él son Raúl y Rolando Alberna Martínez, Bibliotecario Independiente, Rolando Aguirre Patterson, Iván Taboada Peláez, como tú lo sabes, digo porque el mismo día salieron estos, y me dijo: yo sé que un tal Elmer Pérez, Jorge y Dairon se iban, y fue donde comenzó la odisea.

Informé a los medios de la desaparición de ocho opositores entre ellos un periodista independiente. Un tío de Raúl y Rolando radicado en Miami se unieron a la búsqueda; me contactaron por correo. Luis, un señor que en estos momentos no recuerdo su nombre, y que tiene una página en internet que busca balseros, también me escribía todas las semanas, me informaba de todo lo que estaba haciendo.

Los meses pasaron sin saber nada. A los 7 meses de desaparecidos, Ramón Saúl Sánchez, del Movimiento Democracia me contactó y me decía que había unos cadáveres de 4 personas que los encontraron flotando en un ruedo de 32 metros, que se encontraban en la morgue y que necesitaba saber datos de los que yo había reportado. Uno si había sido identificado: el de Omaní por su mamá Nilda, que vive en Miami. El resto ya ustedes lo conocen, pues el Nuevo Herald dio a conocer del caso y estuvieron informados.

Nunca más he podido dormir una noche en paz. Al tratar de conciliar el sueño, veo como si aun estuvieran navegando. Yo en el aire, y Omaní, Iván y Rolando, que eran los tres más conocidos por mí, que me gritan desde una balsa como pidiéndome auxilio.

Este quince de agosto va hacer un año de que Osmaní, Rolando, Raúl, Rolando, Iván, Elmer, Jorge y Dairon partieron en busca de la libertad. Yo pude haber sido uno de ellos. Murieron al tratar de escapar de una dictadura que los reprimía. No me resigno al saber que están muertos, pues ellos, en el Aniversario 1º de su muerte, para mí, están vivos".

No pude evitar que un nudo me apretara la garganta, viendo a un "toro" como Robertico conmovido por tan atroz dolor. Todo lo que puedo –y creo que debo- hacer, es compartir su dolor, y expresarlo a dos voces, por si alguien en éste mundo, -donde ese sentimiento es tan habitual que tal vez ya no sabríamos vivir sin él-, pudiera entendernos. Y compartirlo.


 


 


 

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