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jueves, 5 de noviembre de 2009

Mi aterrado amigo venezolano


Por: José Alberto Álvarez Bravo.

Hace algunos meses, el fantástico invento de Bill Gates me trajo una soñada sorpresa. Desde la tierra del Libertador, alguien tenía interés en establecer comunicación y amistad con mi humilde y desconocida persona.

Fiel a mi concepto de la educación formal, inicié de inmediato una fluida correspondencia con mi añorado amigo venezolano.

Supe que dedicó su vida a la enseñanza universitaria, que la jubilación y la curiosidad por el "caso Cuba" le habían impelido a establecer contacto con el periodismo independiente de la isla, y que un arraigado apego a los principios democráticos le impedían entender nuestra alarma, ante el rumbo totalitario de la dictadura que, día a día, va hilvanando Hugo Chávez en la fraterna Venezuela.

Alarmado ante la evidente ceguera de quienes apoyan a este confeso epígono de los Castro, quise recordarle al nuevo amigo lo que ha significado para Cuba el régimen que el Señor Chávez pretende insertar en los dilatados predios del Orinoco, pero a él le parecieron exageraciones emanadas del fragor de nuestro enfrentamiento a la élite del poder neofeudalista.

Imbuido de insuperable ingenuidad, me contó de su anhelo de venir a la finca de los Castro para conocernos personalmente, y compartir nada menos que con Yoani y Reinaldo. Un cabal desconocimiento de la situación cubana le permitió suponer que podía curiosear impunemente en los arcanos del ostracismo disidente, como si la policía política fuera el fantasioso alimento de nuestra paranoia.

La realidad se encargó de proporcionarle los primeros atisbos de injerencia en la privacidad de su correspondencia.

Después de varios días de inusitado silencio, inquirí sobre los motivos de su conducta, comunicándole de paso la interferencia a que estamos habituados, pero insospechada para él.

En una vuelta de campana en comparación con la extensión de sus anteriores comunicaciones, su penúltimo mensaje dejaba traslucir un miedo incipiente a las previsibles consecuencias de sus relaciones con los disidentes cubanos.

Su último e-mail llegó doce minutos después.

Dos asustadas manos redactaron el epílogo de lo que había sido una hermosa y sincera amistad, malograda por los miedos inherentes a los esquemas totalitarios. Mi amigo venezolano me confesó, compungido, que un amigo suyo en el gobierno le había aconsejado cortar la comunicación conmigo. La palabra comunicación aparecía incompleta. O bien, fue mutilada por los hackers del régimen castrista, o los últimos vestigios de valor no le bastaron para completarla.

Comprensivo, redacté mi réquiem en una simple frase: -"Todavía la dictadura no se ha consolidado en tu patria, y ya el pánico ha tocado a tu puerta".

De quien hablo es una persona real, y si no doy su nombre y su correo es porque no cuento con su anuencia, pero si algún medio de prensa difunde estas líneas y él llega a leerlas, quiero decirle a mi aterrado amigo venezolano que siempre lo recordaré con mucho cariño.

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