Carta pública de José Alberto Álvarez Bravo a Fernando Tamayo Gómez, cabecilla de la represión política en La Habana.
Redacto estas líneas en un día muy especial para la raza humana, y en particular para Cuba, donde un grupo de canallas desalmados se ha perpetuado en el poder fusilando, encarcelando, desterrando y reprimiendo, de manera brutal, a hombres y mujeres, incluso ancianas.
Aunque estoy apelando a mis últimas reservas de energía física y mental, -desde hace diez días mi estómago no recibe otra visita que la de esporádicos sorbos de agua- hago este supremo esfuerzo radiante de felicidad, ya que mi esposa, Lilia Castañer Hernández, hoy también logró llegar a la sede de las Damas de Blanco y cumplir con hidalguía su patriótico deber.
No lo hago porque lo merezcas, pues a fin de cuentas no pasas de ser un oscuro y prescindible personajillo, -de esos que cuando dejan de ser útiles a sus amos los destinan al humillante “plan pijama”- sino porque cuando ordenaste –te ordenaron- mi secuestro, se me quedó casi todo por decirte. Una entre varias razones es que lo que te hubiera respondido en aquel momento se habría quedado en el pequeño antro en que me encerraste para “conversar”.
Soy, entre otras cosas, un comunicador, y todo cuanto pienso, hago, oigo o veo, lo escribo sin tapujos ni escondrijos para todo aquel que se interese en leerlo. Pertenecemos a mundos opuestos. En el mío reinan la verdad, la transparencia, el respeto al derecho ajeno. En el tuyo, la mentira sistemática, la doble moral, el menosprecio y la conculcación del derecho de tus semejantes. Y que ruin y sórdido es tu mundo. Disfrutas ordenando golpear incluso a mujeres, como si de una mujer, probablemente, no hubieras nacido. ¿Crees que no se conoce tu conducta durante el pogromo que te ordenaron organizar contra seis Damas el pasado mes de abril en Santa Rita?
Esta carta es solo para poner “en blanco y negro” la posible solución de mi diferendo con la caterva de ancianos que encabezan el régimen más sanguinario y longevo que ha conocido el hemisferio occidental, y en cuyo servicio devengas tu inmerecido e indigno salario.
Bien sabes que el primer atropello a mi dignidad personal, -y por extensión a la del resto de mis compatriotas que no acepta las imposiciones de la satrapía biraní- es habernos impedido la continuidad de nuestro trabajo docente, actividad que no alteraba en un ápice el orden público ya que los alumnos accedían, permanecían y abandonaban mi domicilio en absoluto orden, reduciendo las únicas razones del poder para impedírnoslo a su habitual e incontenible prepotencia, y a su consustancial e incoercible propensión al atropello de los más elementales derechos de quienes, según tus soeces palabras, solo disponemos de la mierda como único patrimonio.
No pareciéndole suficiente el abuso de su poder a los forajidos que expolian y sojuzgan impunemente a la nación, te ordenaron –orden que cumples sumisa y cobardemente- el asedio cotidiano a mi domicilio, impidiendo el acceso de amigos y hermanos de lucha dispuestos a solidarizarse con mi lógica postura.
Califico de lógica y esperable mi postura porque, de haber continuado mi vida normalmente, mi connivencia me habría convertido en víctima y cómplice del injustificado atropello, violación por demás lesiva a la dignidad de cualquier persona decente. No hay que olvidar que el Hijo de Cuba, cuyo nombre los traidores a la patria mancillan cada día, nos legó en su ideario que “sin pan se vive, sin dignidad, no”.
Las fuerzas me abandonan, y para ir concluyendo esta desagradable y fratricida tarea, te diré cual es mi visión de un posible arreglo del diferendo: como tú careces de raciocinio y atribuciones para tomar decisiones importantes, sugiérele a tus amos que te ordenen cesar el asedio a mi domicilio de manera incondicional y permanente. Esa es la condición básica –y plausible, creo yo- para poder iniciar una negociación con resultados mutuamente aceptables.
Si no procede esta elemental demanda, declaro al régimen castrista único responsable del desenlace de esta pequeña escaramuza.
A nadie doy consejos, -salvo que me los pidan- pero como tengo un hijo de tu edad, me tomaré la atribución de dártelo: cuando dispongas de un día de asueto en tu criminal oficio, reflexiona sobre la historia de las anteriores dictaduras cubanas, y si quieres lee, ilústrate, averigua qué sucede –sin excepciones ni en otras geografías- con los sicarios y torturadores cuando los dictadores se largan presurosos en sus aviones, aviones en los que solo habrá espacio para la familia real. Sería tal vez preferible la condena a treinta años de prisión impuesta -por citar un caso- a Ernesto Borges, seguroso que un día decidió abrazar la causa de ese pueblo que tú te empeñas en continuar reprimiendo.
Estoy exhausto, mi propósito de no llevar en mi probable viaje a la eternidad este mensaje, se ha cumplido, al menos en lo posible.
Por más que te esfuerces, por más que reprimas, aunque derrames la sangre de todos mis hermanos, Cuba será, inexorablemente, libre para siempre. Si tengo que entregar mi vida por esa causa, te garantizo llevaré una indeleble sonrisa en mis yertos labios.
No continúes cerrando los ojos para no ver la realidad objetiva.
Discúlpame por lo extenso.
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