Por Aimée Cabrera.
El tiempo corre de manera desenfrenada, ya estamos en la semana en que se conmemora un aniversario más de los sucesos conocidos como La Primavera Negra de Cuba, los cuales comenzaron aquel inolvidable 18 de marzo del 2003.
Queda en mi corazón la tristeza de recordar aquellos días vertiginosos de registros, detenciones, juicios sumarios y el encarcelamiento de tantos colegas por los que sentía tan sincero afecto.
Era más aprendiz que ahora, de la profesión de periodista independiente, porque apenas la había comenzado el 20 de mayo del 2000. Los comentarios se oían en todas partes. El programa de La Mesa Redonda se encargó de dar detalles sobre todos los detenidos.
Así fueron denigrados y enviados a centros penitenciarios muy lejanos de sus hogares, condenando a su vez a sus más cercanos familiares. Era difícil hacer llegar cartas, mucho menos pensar en visitarlos.
La única vía era indagar con sus esposas, madres, hermanas o hijas que se consolidaban en el grupo de Las Damas de Blanco. Todos mantenían su espíritu fuerte, pero comenzaron una nueva vida en las condiciones más humillantes que pueda resistir el ser humano.
Cuando se cumplió el primer aniversario me vino a la mente todo los sucedido, y así ha sido hasta entonces, cada vez que el almanaque arriba al tercer mes del año. Recuerdo que apenas unos meses antes, no fui capaz de imaginar que algo tan cruel sucedería.
Como miembro de la agencia Habanapress, dirigida en aquel entonces por Jorge Olivera y perteneciente al Proyecto Nueva Prensa Cubana, acudíamos casi a diario a la casa de Estrella García, en la calle Cuchillo 19 donde se reunían además, los periodistas de la agencia Cubapress con Raúl Rivero al frente de la misma.
En lo que esperábamos a que nos llamaran de Nueva Prensa, o los periodistas de Radio Martí, entraban llamadas para informar donde ocurrirían las distintas actividades que celebraban grupos de la oposición, y bibliotecarios independientes, a las que asistíamos, así como hechos cuyas fuentes deseaban fueran divulgados lo antes posible.
Eran mañanas no sólo de trabajo sino de estudio, cuando escuchábamos las sabias palabras de Raúl Rivero quien, con gran paciencia revisaba nuestros trabajos, y hacía sugerencias con la modestia que siempre lo caracterizó.
Mencionar a todos los que asistíamos allí sería tedioso porque además acudían muchos otros reporteros y opositores en un constante ir y venir. No puedo dejar de recordar a Omar Saludes y sus fotos testimoniales, ni a Edel García o a Jadir y a su hermano, muy jóvenes pero con muchos deseos de trabajar.
O a Miguelito Galván, Pedro Arguelles, Hugo Araña, Richard Roselló, Luis Cino, Fabio Prieto LLorente, Adolfo Fernández Saínz o a Ricardo González quienes eran sólo parte de un numeroso grupo que entraba y salía sin cesar.
Tuvimos encuentros con periodistas extranjeros quienes nos impartieron talleres sobre nuestra dinámica labor, que se desarrollaron también en la casa de Ricardo González donde radicaba la Márquez Sterling y recibimos clases de Rivero además de experiencias positivas por parte de colegas visitantes.
Recuerdo también mis vínculos con el Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos, (CUTC) de Pedro Pablo Álvarez, cuyas oficinas radicaban en casa de su hermana Bebita, ya fallecida en la avenida de Malecón. Allí compartí con su sobrina Elbita quien hacía todo el trabajo de oficina, la Dra. Maybell Padilla que llevaba el Frente Femenino y junto al Dr. Francisco Leblanc atendían, como abogados, todo lo relacionado con la aplicación de las leyes, y el papel del sindicato para con los trabajadores.
Allí trabajaba también Carmelo Díaz, quien me visitó ese 18 de marzo en horas de la tarde para llevarme unos medicamentos que necesitaba por un mal funcionamiento renal. La Mesa Redonda informaba de un taller de periodismo en el que habían participado varios disidentes. Por delicadeza ante mi malestar, Carmelo se fue, yo quedé preocupada, ya sabíamos de registros y arrestos.
Se acababa de marchar cuando me entró la llamada telefónica de Nancy Alfaya, esposa de Olivera para decirme que habían registrado la casa de él, y la de ella y su tía Milagros, la cual nunca pudo recuperarse de ese trágico instante.
Mientras Olivera estuvo encarcelado en Guantánamo, fueron muchas las veces que Nancy tuvo que estar acompañando a su tía ingresada en hospitales, por varias ocasiones, debido a su estado de gravedad. Yo la ayudaba con los correos que había que enviar al extranjero, y reportando todas las incidencias de su esposo, o dando a conocer poemas y crónicas que escribió en cautiverio, a través del programa de Rolando Cartaya por Radio Martí.
También me acuerdo como por esos días, cuando me tocó mi turno de Internet en la Sección de Intereses de los EE UU, (SINA), compartí con Saludes, y su grato sentido del humor, mientras en un grupo que no se cansaba de hablar y reír, subimos por la calle L para no vernos más.
Del 2003 al 2010 son varios los que se han marchado del país o han fallecido; aunque puedo charlar con los que se acogieron a la extrapenal por motivos de salud y asisten al Internet en el mismo horario al que acudo cada semana, o verlos en alguna actividad a la que hayamos sido invitados.
Es grato admitir que a partir de esa oleada represiva surgieron muchos otros periodistas, mujeres y hombres jóvenes o no tan jóvenes que continúan una labor tan importante como la de reportar el acontecer cubano que no da a conocer la prensa oficial. Los cursos de periodismo se renuevan y con ellos sus integrantes: el periodismo independiente ha crecido.
Aun quedan muchos en las cárceles, y se les han sumado otros como Darsi Ferrer o Santiago Dubuchet para llegar a una cifra notable, que pone en tela de juicio que la libertad de expresión sea respetada, junto a los derechos a los que aspiran los cubanos residentes en la Isla.
Un sincero abrazo para todos los colegas que cumplen injusta condena por siete años consecutivos. Mi más cordial afecto para quienes como Julio César Gálvez, llenan la línea telefónica con todo su optimismo, y nos ponen al tanto de todo cuanto acontece a él o a quines por la misma causa están en la prisión Combinado del Este. Los miembros del grupo de los 75 están diseminados por toda la nación, pero no pierden la fe en que se de el milagro de un cambio que favorezca la esperada liberación.
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