Por Aimée Cabrera.
Aún se comenta en toda la capital sobre las marchas pacíficas que Las Damas de Blanco realizaron por diferentes localidades de la ciudad. Personas que no pertenecen a las ilegales organizaciones que conforman la sociedad civil, emiten su voto de respeto hacia quienes, como ellas, exigen el cumplimiento de los derechos humanos, contemplados en la Declaración Universal de diciembre de 1948.
Este hecho sin precedentes que tuvo amplia repercusión en todo el mundo y hasta se reportó por la prensa oficial en sus principales periódicos, revistas y noticieros, estuvo muy cercano en fecha a La Semana Santa. El Domingo de Ramos, en la lectura del Evangelio, todas las Iglesias Católicas rememoraron instantes de La Pasión de Jesús y en algunas, los mensajes de los sacerdotes llevaron el histórico acontecimiento y su repercusión, a la actualidad.
¿A qué grupo pertenecemos? – preguntaba a los feligreses un cura y organizaba a las personas en diferentes bandos: el de Herodes, el de Poncio Pilatos, el del pueblo que primero aclamaba a Jesús y después pedía su muerte, el de los fieles seguidores, y así cada persona imaginaba en silencio a favor de quien estaría, según sus ideales y principios.
Así me dio por recordar, la cara de susto y los ojos llorosos de una señora que había ido a comprar unas entradas al teatro Auditórium Amadeo Roldán, y vio como un grupo de personas pacíficas eran empujadas y maniatadas por una turba el pasado 10 de diciembre, no me quedó más que pensar que esos que se imponían a la fuerza, no eran de los fieles seguidores del Señor.
O cuando recuerdo el testimonio de la Dama de Blanco Irene Viera Filloy, esposa de Julio César Gálvez, quien me describió las frases vulgares que le gritaban a la madre de Zapata en alusión a la descomposición de los restos de su querido hijo, ¿a qué bando pertenecen esas personas tan inhumanas?, peor aún, ¿en cuál colocar a los que estaban cerca y no dijeron nada?
Los ejemplos son muchos, las valoraciones infinitas, pero sería muy sano saber qué hacemos con nuestras vidas, preguntarnos cómo andan nuestros principios, qué hacemos a favor del respeto, la compasión, la solidaridad, para que la misma mano que extendemos para expresar paz y amor, no se convierta en un arma empleada para agredir o amenazar, como única vía para imponer ideas.
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