Con similares argumentos los Estados Unidos limitan su comercio con Cuba a la venta de alimentos y medicinas, además de prohibir a sus ciudadanos viajar como turistas a Cuba, evitando así que la dictadura se fortalezca con el ingreso de miles de millones de dólares. En los Estados Unidos también hay poderosos capitales que están tratando de que se derogue esa restricción.
Ambas políticas, la de la Unión Europea y la de Estados Unidos, han resultado de sus frustrantes experiencias con el gobierno castrista. A europeos y estadounidenses lo que les preocupa es la desgraciada situación del pueblo de Cuba. Quieren ayudar a que los cubanos disfruten de la libertad y del progreso propios del sistema democrático. Por supuesto, no les afectan en lo más mínimo las amenazas y ofensas que les lanza el grupo de tiranuelos envejecidos y corruptos que orbitan alrededor de Raúl Castro y lo que queda de su hermano.
El reciente sacrificio de Orlando Zapata, así como la represión inexcusable contra las Damas de Blanco, consolidan el criterio en Europa y en Washington de que no se puede ceder unilateralmente ante la tiranía mientras esta no dé señales de un auténtico giro hacia la democracia. La experiencia y la lógica nos indican que los cubanos demócratas debemos agradecer, apoyar y reforzar esas políticas.
En los pasados meses la oposición democrática cubana, dentro y fuera de la isla, ha alcanzado un nivel de afinidad o entendimiento tácito de gran importancia. En estas circunstancias, lo prudente es que los grupos de oposición, dentro y fuera de Cuba, calibren su actuar de forma tal que, lejos de crear un desequilibrio en esa implícita o virtual coalición opositora, la refuercen evitando acciones o planteamientos polémicos que nos enfrenten a unos contra otros.
Esto no equivale a coartar el derecho de cada persona u organización a expresar sus ideas, sino a dar prioridad a las afinidades que nos unen sobre las particularidades que nos diferencian. Tampoco implica que no podamos dialogar entre nosotros, abierta y respetuosamente, sobre asuntos de importancia estratégica para el futuro de la democracia en Cuba. Solo a través de ese diálogo podremos construir posiciones comunes que fortalezcan nuestra lucha.
Un reciente documento dirigido a un comité del Congreso de los Estados Unidos, suscrito por un respetable grupo de opositores en la isla, plantea, entre otras cosas, el apoyo a un proyecto de ley que permitiría que los turistas estadounidenses puedan viajar a Cuba, alegando que esto ayudaría a una transición hacia la democracia.
Es comprensible que, en las condiciones de aislamiento y represión que vivimos en la isla, una apertura al exterior pueda verse como positiva. Esa idea general es, probablemente, la que les ha animado a hacer tal planteamiento, sin duda con las más sanas intenciones. No obstante, si se razona en forma más detenida es inevitable concluir que una apertura de ese tipo no haría sino fortalecer a la dictadura.
Una cosa es el turismo en un país democrático, donde cada ciudadano tiene la opción de participar en esa industria con garantías legales y opciones de financiamiento, y donde un mercado laboral abierto les permite a los jóvenes múltiples oportunidades de trabajo. Otra cosa es el turismo en un país totalitario como el nuestro, donde está monopolizado por el gobierno y sus socios capitalistas extranjeros.
Todos sabemos que el turismo ha creado en nuestro país una profunda brecha social, un aumento escandaloso de la prostitución de jóvenes de ambos sexos, y la corrupción de un sector que lucra bajo el amparo de la dictadura. Está a la vista de todos nosotros que la tiranía castrista, junto con sus socios extranjeros, es quien acapara la mayoría de los ingresos en moneda convertible de los más de dos millones de turistas que llegan anualmente a Cuba, oxigenando con este ingreso su monopolio represivo y político, mientras explota a la población con salarios de hambre.
Más turistas no serán sinónimo de más libertades, ni de más comida para el pueblo, ni de más medicinas ni viviendas para la mayoría que las necesita. Mientras en Cuba no exista una democracia, más turistas implicarán más prostitución, más privilegios y más corrupción.
Por varias décadas Cuba ha recibido la visita de millones de canadienses, europeos y latinoamericanos. Lamentablemente, todos somos testigos de la experiencia real y lacerante de las consecuencias de ese turismo en nuestra sociedad. Los turistas no son embajadores de la libertad y la democracia. No lo han sido en Cuba, como tampoco lo fueron en la España de Franco, el Portugal de Salazar o la Grecia de las dictaduras militares. Los turistas viajan en busca de diversión, y se cuidan mucho de no contrariar al régimen del país que visitan. Nadie quiere pasar sus vacaciones en la cárcel.
El camino hacia la libertad de Cuba no pasa por una mayor apertura al turismo, sino por la unidad de la oposición, y por la firmeza y seriedad con que se administren posiciones solidarias, como las de la Unión Europea y los Estados Unidos. Ante la opinión pública internacional, lo que nos corresponde a los cubanos es mantenernos unidos para exigir la inmediata liberación de todos los presos injustamente encarcelados, el fin de la represión política y el inicio de una transición democrática.
Patria, Pueblo y Libertad
Por el Ejecutivo Nacional:
Roberto Marrero La Rosa
Reinaldo Villafaña Villavicencio
Ricardo Medina Salabarria
Katia Sonia Martin Veliz
Nivaldo Amado Ramírez
Jorge Estable Rodríguez
Cesar González Figueredo
Alejandro Cabrera Cruz
Liliana Bencomo Menéndez
Marlene Bermúdez Sardiñas
Camagüey, Junio 14 de 2010
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