Ciudad de La Habana, martes 7 de setiembre de 2010.
Señor Cardenal:
Yo, Eberto Ángel Escobedo Morales, preso político y de conciencia desde el 11 de julio de 1995, sancionado de forma arbitraria e injusta, sin ninguna garantía procesal imparcial, por un Tribunal Militar -siendo civil- con apenas 28 años de edad y ahora con 43, luego de sufrir torturas físicas, mentales y castigos de todo tipo, sin misericordia, y sufrir las propinadas a cientos de presos políticos y comunes; deseo mi libertad como cualquier ser humano e incluso como cualquier animal irracional que encierren entre rejas en condiciones anormales por más de 15 años. Pero más que mi libertad deseo la de todo el pueblo cubano.
Usted sabe muy bien, aunque no quiera reconocerlo públicamente, que Cuba es una gran prisión social, sin embargo, por su historial antidemocrático y parcializado con la dictadura, no apruebo su mediación para ser liberado y mucho menos para ser deportado de mi tierra. Quede claro que no renuncio a mi libertad condicionada o limitada concedida por el gobierno, a ellos los identifico y reconozco como adversarios políticos en el poder. Renuncio a mi libertad si es gestionada, tramitada o relacionada con usted y el gobierno español, ya sea para salir o quedarme en Cuba, porque a ustedes no sé reconocerlos ni identificarlos de ninguna forma. Tampoco renuncio a la mediación de la Iglesia y de otras organizaciones nacionales e internacionales solidarias, que por razones humanitarias gestionen mi libertad, pero a usted no lo reconozco más, ni como príncipe de nuestra Santa Iglesia, que gracias al Señor no se ha dejado contaminar del todo con su mal proceder, que prácticamente lo beneficia más a usted en lo personal que a nuestra Iglesia y pueblo en general.
Yo he expresado mi alegría cada vez que un cubano sale de las mazmorras comunistas, aunque siga preso en la sociedad y Estado cubano o parta al exilio con el corazón roto. En un principio no le puedo negar que me llené de esperanzas y optimismo, más de lo que siempre he estado a pesar de los años de encierro, pero siempre defiendo que nadie puede sentirse libre del todo en Cuba, o fuera, si la Patria no lo está.
Y es verdad que al espíritu y al alma nadie los puede encerrar, aunque sufrimos a pesar de todo, porque es inevitable; pero me avergüenza que usted tramitara mi libertad, porque usted es un Cardenal traidor a su pueblo y a su Iglesia. Hasta el día de hoy le debía respeto y obediencia, no se puede ser juez y parte. Usted se ha olvidado que el fin no justifica los medios y de muchos otros principios éticos y morales, que durante siglos defiende nuestra iglesia.
No se gana en fieles y religiosos, ni mejora la imagen de la Iglesia ante el pueblo, ni aumentan las oportunidades y posibilidades ante el Estado cubano, por su mala gestión frente a la Iglesia. Usted ha dividido más de lo que podía unir, usted frenó o no hizo todo lo que debía hacer por salvar y mantener la trascendencia de su visita a Cuba de Su Santidad Juan Pablo II, colaborando en ese sentido con el gobierno cubano.
Usted ha frenado sutilmente el proceso de beatificación del Padre Félix Varela, porque al gobierno no le conviene por razones políticas. Usted cerró la Revista Vitral, muy famosa y deseada en Cuba y fuera de Cuba, a pedido del gobierno cubano. Usted jamás se ha preocupado realmente por los presos y por sus familiares, ni por las condiciones de vida en las prisiones, ni por las denuncias de las violaciones de los derechos humanos; ni por una Pastoral Penitenciaria y Social coherente, inclusiva y abarcadora. Usted es el Cardenal que a pesar de los años, prácticamente es desconocido por el pueblo; lo conocen la mayoría de los fieles católicos y una minoría intelectual no católica, pero casi todos en desacuerdo con su imagen, dignidad y gestión.
A estas alturas se desconoce quién convocó a quién en esa maniobra política, económica y oportunista de las libertades, toda una conjura bien premeditada que nada tiene que ver con la imagen humanitaria que han tratado de hacer ver.
Es evidente que urgía frenar las contundentes y crecientes huelgas de hambre iniciadas por el mártir y héroe de la Patria que en Gloria está, Orlando Zapata Tamayo, continuada por Fariñas y seguida por mí, junto con otros presos políticos y comunes en un momento muy peligroso para el gobierno y crucial para una posibilidad de cambio.
Usted ha colaborado para desintegrar el digno y ejemplar movimiento Damas de Blanco, merecedoras del Premio Nobel de la Paz. Usted está colaborando para dividir a los europeos y eliminar la Posición Común. Ha pretendido acabar con la solidaridad mundial con los cubanos opositores y disidentes que sueñan por una Cuba mejor, y luchamos en condiciones desfavorables para la Paz real.
Cardenal, jamás le hemos pedido que se pusiera de nuestro lado, sólo le pedimos ser imparcial y que mediara a favor de un diálogo real y eficiente entre el gobierno y la oposición pacífica interna y en el exilio, para asegurar la Paz y la reconciliación nacional en Santa Paz, pero usted se ha parcializado con los sectores más extremistas, radicales y absolutistas en el poder, sin importarle el pueblo ni la Iglesia. Se ha convertido en cómplice de toda la sangre derramada por la dictadura fascista en el poder y de todas las violaciones de los Derechos Humanos y del sufrimiento del pueblo cubano.
Que me perdone Dios si me equivoco, pero no creo que cientos de miles de cubanos se equivoquen, a usted la historia tampoco lo absolverá. El Señor es testigo de cuanto he evitado y aplazado esta decisión en espera de señales más alentadoras y verdaderamente humanitarias, pero ha sido en vano, si no me liberan seguiré luchando y resistiendo hasta que Cuba sea liberada, y yo como usted y todos los cubanos, seamos libres de verdad.
Dios nos bendiga al Cardenal.
Desde el Puesto Médico de Toledo II, Marianao, Eberto Escobedo Morales.
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