Por: José Alberto Álvarez Bravo.
Uno de los sellos distintivos del gobierno cubano es su inmensurable arrogancia, un lastre que le impide, en muchas ocasiones, actuar con un mínimo de sensatez. Esta sensible deficiencia reduce la ventaja otorgada por cincuenta y dos años de experiencia gubernativa, y un ejército de tanques pensantes que le permite vadear el sinfín de escollos en esta azarosa travesía.
A partir de la arbitraria conculcación de mi derecho ciudadano a recibir en mi domicilio a personas de mi círculo afectivo, o a quien estime pertinente, me vi en la necesidad de tomar una medida extrema como reacción de rechazo al atropello; el primero de diciembre de 2010 comencé una huelga de hambre total.
Después de transcurridos los primeros diez días, comencé a recibir llamadas de hermanos de la diáspora cubana para pedirme el desistimiento, forzándome a invertir energías en defender mi posición. Comprendo su justificada y bien intencionada preocupación, pero me veo en la necesidad de exponer la inutilidad, incluso la inconveniencia, de sus buenos consejos.
Es preciso tener presente que no fui yo quien inició este diferendo con quienes detentan, de manera omnímoda e inconsulta, el poder dictatorial en esta isla de todos. Por ende, no soy yo quien debe buscar su solución, sino quienes tienen toda la responsabilidad por su surgimiento.
Ordene el régimen castrista a sus esbirros el levantamiento inmediato, incondicional y definitivo del asedio a mi domicilio, y acto seguido retomo mi ritmo normal de vida.
Amo la vida, carezco de la más mínima vocación de mártir, el instinto de conservación me reclama alimentos todos los días, a toda hora, pero mi espíritu y mi concepto de la dignidad me sostienen. No me motiva la búsqueda de protagonismo, estoy habituado y feliz en mi oscura condición, pero mi derecho y obligación moral de defender mi honra es innegociable.
Varios cubanos que han tenido la delicadeza de llamarme desde el exilio me han preguntado cómo pueden ayudarme. No necesito nada material, solo apoyo y solidaridad.
En lugar de llamar para pedirme la modificación de mi actitud, exíjanle al régimen cejar en su arbitraria e injusta privación de mis más elementales derechos ciudadanos.
Hoy habíamos amanecido confiados en que los señores devenidos en amos de Cuba levantarían el ominoso bloqueo a mi vivienda, pero la sensatez ha vuelto a recibir una nueva bofetada en pleno rostro
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