José Alberto Álvarez Bravo.
Probablemente durante toda nuestra vida, -en particular cuando arribamos a la vejez- la nostalgia por los días de nuestra remota infancia edulcora la carencia de juguetes, la crónica escasez de comida, de bienes materiales, complementada con una exuberante cosecha de sueños e ilusiones.
Imperecedero el recuerdo del “día de los reyes magos”, cada seis de enero. Melchor, Gaspar y Baltasar, resultaban incapaces de leer los millones de “carticas” que ya desde diciembre -o quizás desde antes- repletaban sus zurrones. Supongo que estos buenos hombrecillos leyeran las carticas por orden jerárquico. Primero los hijos de quienes tenían sus arcas llenas de dinero, y después, si acaso, los de quienes tenían sus estómagos llenos de expectativas. Quizás eso ayude a entender por qué me moriré ¿de viejo? sin ver llegar la bicicleta Niágara, ratificada con renovadas esperanzas en cada misiva celestial.
Como consuelo, debajo de mi humilde jergón, uno de los atareados duendes, en apresurado vuelo, solía dejarme un jueguito de carpintero, o un revolvito de fulminante. Ese día, la alegría por mucho tiempo contenida rompía sus cauces, y la despeinada grey entablaba una despiadada guerra de ¡pum, pum, ratatatá, te maté! ¡no, no; no se valió, yo te maté primero!
El juego de policías y ladrones alcanzaba ribetes de masacre. El duelo entre el bien y el mal, entre la ley y el crimen, era a muerte. Dos bandos bien delimitados, separados por una intangible barrera de intransigencia y desencuentro, a pesar de que no era infrecuente pertenecer alternativamente a uno o a otro “frente”.
La magia de la infancia se va sin retorno, y la cruda realidad de la vida impone sus imperecederas leyes. En la Cuba de hoy, a pocos días de concluir la primera década del siglo XXI y encontrándome a dos pasos de la ancianidad, reaparece en mi vida lo de policías y ladrones, pero ahora no es un juego.
La anécdota me la cuenta Ángel Reinaldo González Saladrigas. Creerla o no, depende en gran medida de predisposiciones y lealtades a sus majestades biraníes.
-A las cuatro y tres minutos de la tarde del sábado 18 de diciembre de 2010, hice una breve llamada al periodista independiente José Alberto Álvarez, comunicándole que pasaría en breve a visitarle.
Con esa intención, caminaba por la avenida 9 del Vedado, y luego de rebasar la calle H, percibí que un auto patrullero mantenía a dos jóvenes negros retenidos mientras les requería sus documentos de identificación.
Al llegar al pequeño grupo, el uniformado requirió también mis documentos, demanda que cumplí sin ninguna objeción. El agente se dirigió al vehículo, y luego de comunicarse por la radio, me ordenó abordar el mismo.
Fui trasladado a la Unidad Policial sita en la intersección de las calles 21 y C, Vedado, y a poco de estar en el lugar, fui introducido en un pequeño local donde se me despojó de todas mis pertenencias.
Personados los oficiales de la policía política conocidos por Tamayo y Alexander, me comunicaron que el dinero contenido en mi billetera había sido enviado al periodista por un tal Cepero, y que siendo dinero de mercenarios sería decomisado sin apelación posible.
Después fui enviado a los calabozos, siendo trasladado sobre las ocho de la noche a la Unidad Policial Zapata y C, también en El Vedado, donde permanecí hasta cerca de las dos de la mañana.
Al reclamar en esta Unidad mis pertenencias, se me respondió que había sido recibido allí sin ninguna, y que pasara a recogerlas en la Unidad de origen, es decir, 21 y C.
Personado en ésta, al reclamar el dinero se me informó que eso era asunto de la contrainteligencia, y que la PNR nada tenía que ver con el tema.
El actuar de la policía política me crea la interrogante de si son policías, ladrones, o ambas cosas.
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