José Alberto Álvarez Bravo.
Totalmente imposible me resulta conocer bajo qué criterios son escogidos los diplomáticos europeos destinados a Cuba. A esto se suma mi pertenencia al grupo de los disidentes que no visita embajadas.
Del señor funcionario que atiende a los cubanos en la embajada de Holanda me han llegado criterios muy desfavorables. Por suerte, no me toca tener que tratar con un sujeto de conducta tan despreciable. Resulta que este cancerbero y adulador de la tiranía castrista se dedica a atropellar a algunas de las mujeres que incurren en el ingenuo disparate de visitar la sede helvética. Más que representante de los intereses de los países bajos, este alabardero del castrismo ha devenido en defensor a ultranza de las bajezas de los dictadores a perpetuidad que le toleran y disimulan sus probables aberraciones.
O el gobierno holandés no sabe que su representante en La Habana aplaude y justifica la dictadura más cruel y longeva que ha conocido el hemisferio occidental, o también es cómplice por conveniencia de quienes sostienen a látigo y cepo esta entelequia a la que aun algunos llaman revolución cubana.
Los países bajos, devastados por las hordas nazis durante la II Guerra Mundial, resurgieron de sus cenizas y hoy ocupan un lugar destacado en el concierto de las naciones desarrolladas, pudiendo merecer en ese sentido el calificativo de países altos; pero si no ponen cuidado con la imprescindible idoneidad de sus representantes, terminarán por ser acreedores a convertirse, moralmente, en la sima del mundo.
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