Por: José Alberto Álvarez Bravo.
-¡Qué calor!
La voz, salida de alguien que encubría precariamente su identidad con un diminuto sombrero, me anunció su condición de extranjero. Las Damas de Blanco estaban por salir de la iglesia Santa Rita, y coincidimos en esperarlas bajo la escasa sombra del árbol que ocupa el parterre. No era difícil comprender que no estaba en presencia de un émulo de Perogrullo, ni de un estudiante de climatología por correspondencia, sino de quien quería establecer comunicación con algún miembro de la sociedad civil cubana.
Mi propensión al cultivo de relaciones humanas con cuanto bípedo implume entre en mi espacio vital, facilitó el inicio de una conversación, inicialmente insulsa, que fue derivando hacia una gradual profundización. El extranjero resultó un férvido admirador de nuestra lucha por el respeto cabal e irrestricto a los derechos humanos. Desde el primer momento, quedó sellada entre nosotros una especial fraternidad que ha resistido las pruebas del tiempo y la distancia, mientras una rara intuición suya le compulsó a rechazar la amistad de Carlos Serpa Maceira, quien solícito y servil le había entregado su tarjeta de presentación.
Nos desplazamos hacia el aledaño parque Mahatma Gandhi, donde se cumplió su sueño de conocer personalmente a las Damas de Blanco. Especial empatía logró con mi esposa, con quien no vaciló en comenzar a llamarle tía, con una mezcla de respeto y cariño que mereció –y obtuvo- inmediata reciprocidad. Lo de tío para referirse a mi persona no se hizo esperar.
Así nos nació un sobrino, nativo de la República Oriental del Uruguay pero cubano por una extraña atracción hacia nuestra sufrida isla, y hacia nuestro insondable amor a la libertad y la democracia.
Trabaja en Estados Unidos, viaja por Europa y América, pero su más grande fiesta es visitar Cuba. Compartir con nosotros sus enlatados de palmito y otras exóticas golosinas le alboroza su recóndita niñez de gigante.
Se afanó para despedir junto a sus tíos cubanos el año 2010. Al aeropuerto del Distrito Federal, en los Estados Unidos Mexicanos, llegó con sus bártulos y sus ansias de aterrizar en Rancho Boyeros.
Una voz, monótona e impersonal, consternó el ánimo de nuestro sobrino:
-Usted no está autorizado para viajar a Cuba.
Haberse relacionado con las Damas de Blanco, participado en la Academia Bloguer y compartido el calor de mi hogar, son crímenes que las autoridades cubanas no le perdonan a este devoto defensor de la democracia como valor supremo de la especie humana.
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