Por Aimée Cabrera.
La fecha del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no deja de ser una efemérides de amplia divulgación oficialista en la Cuba actual.
Desde el pasado fin de semana fueron muchos los centros de trabajo y estudio que celebraron la fecha con algo más que la consabida fraseología política, la cual se une a la entrega de una postal, una flor u otro presente.
Una vez que termina la fiesta, cae el telón sobre cada una de ellas. Solteras, casadas o divorciadas, no importa la instrucción ni el nivel cultural que posean. Las cubanas tienen que trabajar mucho dentro y fuera de sus viviendas.
El solo hecho de ver que cocinarán cada día es uno de los más temibles actos de magia en que se ven involucradas, sin olvidar que tienen que hacer malabares con el dinero para asegurar lo de siempre y los imprevistos.
Ahora que el gobierno ha puesto en vigor la medida de despedir a los que sobran en los centros laborales, ellas se sienten más inseguras para enfrentar todas las carencias y situaciones absurdas que aparecen por doquier.
Cuando tienen hijos entonces se dedican a sobrellevar los malos entendidos provocados por las diferencias generacionales, y ni hablar de la ayuda incondicional que prestan, en cuanto al cuidado y la crianza de los nietos.
Estas mujeres como norma tienen poco tiempo para sí, y pocos momentos para recrearse. Sus vidas se concentran en la realización de tareas poco estimulantes.
Se les ve sola o acompañada de sus hijos, en paseos donde apenas pueden darse el menor de los gustos. Pocas tienen la dicha de salir con su pareja pues el cubano de estos tiempos emigra a las buenas, o a las malas.
Este 8 de marzo es un día como otro cualquiera. Los más galantes felicitan a las que se han convertido en padres madres, y escudos fieles de la familia. Ellas, no obstante desandan la Isla erguidas, encarando cada reto con la mejor de sus sonrisas.
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