Por Aimée Cabrera.
Se cumplió hace un par de días el octavo aniversario de la ola represiva contra la oposición cubana, conocida como La Primavera Negra, cuando ocurrieron detenciones de hombres y mujeres que mostraron con sinceridad sus proyectos y opiniones democráticas.
Los diversos grupos, sindicatos, partidos y agencias de periodistas independientes, parecían sólidas organizaciones a pesar de ser considerados ilícitos por el gobierno.
Muchos firmaron el Proyecto Varela, mientras que los seminarios sindicales, las clases de periodismo en la sociedad Márquez Sterling, y tantas otras actividades de ayuda comunitaria daban un toque de novedad a la sociedad civil de principios del milenio.
Muy pocos tuvieron la premonición de lo que sucedería a mitad de marzo del 2003. De pronto 74 hombres y una mujer fueron enjuiciados y encarcelados. La mayoría fue ubicada en prisiones muy distantes de sus hogares, provocando un drama más para los familiares que debían recorrer cientos de kilómetros para visitarlos.
En poco tiempo las esposas, madres, hijas y hermanas se unieron y comenzaron a asistir todos los domingos a la Iglesia de Santa Rita de Cassia en Miramar, vistiendo ropas de color blanco y llevando un gladiolo en sus manos, ellas han realizado su recorrido por los alrededores del templo cada domingo de manera ininterrumpida a pesar de las turbas que las han asediado.
Ahora que solo quedan en prisión 2 de los 75, y la mayoría se encuentra en el exilio junto a sus familiares, continúa el despliegue policial cada mes en que Las Damas de Blanco celebran su Té Literario y pretenden hacer recorridos por las principales calles de la capital.
El recuerdo de aquella etapa anterior al mes de marzo del 2003 contrasta con el contacto que muchos hacemos ahora, por correo electrónico, o a través de las redes sociales con los colegas, miembros de los 75 que viven en el exilio, casi todos residentes en España o en los Estados Unidos.
Da gusto recibir sus trabajos periodísticos, o ver sus fotos donde se observa como la libertad plena logra borrar de los rostros la dureza propia de sentir la asfixia que emana de tantas prohibiciones e intolerancias.
Queda la incertidumbre para todos los opositores que prefieren residir en la Isla y sentirse perseguidos en una sociedad centralizada por la ideología que rige desde hace más de cinco décadas.
Aunque parece ser idílico pensar en un acercamiento entre los dirigentes del gobierno y el pueblo, que ya sea en Cuba o en el exterior, exige sus derechos y un cambio hacia la democracia a través de un diálogo respetuoso, no se puede desechar esta idea, que de suceder, sería una de las vías para acabar con todas las crisis que afectan a nuestra nación en la actualidad.
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