Por: Arnaldo Ramos Lauzurique.
Al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) sus progenitores no lo querían y a los demás les resultaba indiferente. Según lo establecido, debía ocurrir en 2002 pero se esperó 9 años para celebrarlo, no querían parirlo, pero el engendro no podía esperar más.
Se comprende que la alta jerarquía del régimen estuviera renuente a realizarlo, ya que nada había que ofrecer. Su única alternativa sería aplicar medidas de fondo, pero ese paso le estaba vedado por temor de que el poder totalitario se le fuera de las manos.
Un evento que supuestamente debe trazar el rumbo de la nación para los próximos años, no ha despertado el más mínimo interés en la población. No se hablaba de él en las variadas colas que los ciudadanos debían hacer a lo largo del día, en las paradas de ómnibus, ni en lugar alguno donde se concentra la gente; aunque los comentarios sí eran abundantes acerca de las molestias que estaba causando el desfile militar y los ensayos que se efectuaron por más de una semana para realizar éste, que provocaron una gran dislocación del transporte y otras incomodidades.
La puesta en escena de la farsa tuvo como preámbulo la demostración de fuerza que significó ese pomposo desfile militar. La exhibición de fierros repintados, y sobre todo de las fuerzas represivas con armas largas, no estaba dirigida al “enemigo imperialista” sino a la población. Ello transmitía un mensaje claro de intimidación subliminal: “No vamos a permitir acontecimientos como los del Medio Oriente, aquí hay un Tiananmen garantizado”. Ello lo dejó claramente expresado Raúl Castro en su discurso, cuando dijo: “…lo que menos haremos es negarle al pueblo el derecho a defender su Revolución, puesto que la defensa de la independencia, de las conquistas del socialismo y de nuestras plazas y calles, seguirá siendo el primer deber de todos los patriotas cubanos”. Lo cual quiere decir, que seguirán organizando turbas de descerebrados para hostigar y golpear a ciudadanos pacíficos, incluyendo mujeres, que manifiesten sus discrepancias.
Al abrirse el telón, con solo las palabras de Raúl Castro, ya se aprecia el fracaso. El régimen se ha pasado más de medio siglo vendiendo un futuro luminoso que no llega -y ha tenido cierto éxito en ello- pero el método se agotó. Dijo claramente que no había que hacerse ni sembrar falsas ilusiones, acerca de que los Lineamientos y las medidas para implementar el modelo económico constituían el remedio universal para todos los males; y que además, aplicarlos demandaría no menos de un quinquenio.
Si como se dice popularmente, la esperanza es lo último que se pierde, el Congreso comenzó cortando todas las esperanzas de cambios de fondo, si es que alguna había en algún sector de la población.
Ante el enorme cúmulo de insatisfacciones prometió algunas migajas relacionadas con la compraventa de viviendas y autos, la ampliación de la entrega de tierras ociosas y el otorgamiento de créditos a los trabajadores por cuenta propia y a la población en general. Esas medidas serán bienvenidas si efectivamente se ajustan a las aspiraciones expresadas por la población.
Sin embargo, hay dos aspectos en el discurso que ilustran claramente que no se adoptarán medidas de fondo. El primero se refiere a que se desestimaron las proposiciones que abogaban por permitir la concentración de la propiedad, y el segundo cuando expresó que: “El incremento del sector no estatal de la economía, lejos de significar una supuesta privatización de la propiedad social,…,está llamado a convertirse en un factor facilitador para la construcción del socialismo en Cuba, ya que permitirá al Estado concentrarse en la elevación de la eficiencia de los medios fundamentales de producción”.
Al no permitirse la concentración de la propiedad, el trabajo privado solo crecerá en la cantidad de micro chinchales -casi todos comerciales- sin que lleguen a convertirse ni siquiera en pequeñas empresas, y quedarán simplemente como un medio facilitador para que el Estado pueda hacer en los próximos 5 años con sus empresas, lo que no ha hecho en 50, convertirlas en eficientes, lo cual resulta difícil de creer.
Una confesión sorprendente, no por desconocida, sino por venir del propio Raúl Castro fue que: “Lo que aprobemos en este Congreso no puede sufrir la misma suerte que los acuerdos de los anteriores, casi todos olvidados sin haberse cumplido”, lo que le hizo exclamar que se le caía la cara de vergüenza por ello, pero no obstante, pretende que la gente crea en estas nuevas promesas.
También dijo que “es una verdadera vergüenza” que en más de medio siglo no se haya asegurado “la promoción a cargos decisorios de mujeres, negros, mestizos y jóvenes,…”, pero no dijo, que precisamente en los últimos años, él no ha cesado de promover para esos cargos a viejas momias, incluso para sustituir a personas mucho más jóvenes.
Pero no se le cayó la cara de vergüenza para darse otros dos períodos consecutivos de 5 años al frente del Partido, el Estado y el Gobierno, dando a entender que tendríamos que soportarlo hasta los 90 años de edad, si por suerte no ocurre otra cosa.
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