Por Aimée Cabrera.
Cada segundo domingo de mayo los cubanos celebran el Día de las Madres, la fiesta más sincera de todo el año, el reconocimiento a la mujer que es capaz de convertir todo lo que mira y toca en amor.
La situación que sufren los cubanos desde hace décadas ha traído como consecuencia la fragmentación familiar, pero no la pérdida de ese cariño que aumenta mucho más cuando aparece la barrera de la lejanía.
Las líneas telefónicas se congestionan en la mañana del domingo cada segundo domingo de mayo, hay quienes prefieren llamar a sus madres el día antes para asegurar la felicitación que muy pocos pueden hacer aún a través del Internet.
Los cementerios de todo el país se ven abarrotados por todos los que rinden homenaje póstumo a sus madres. Las ventas de flores aumentan esa mañana para engalanar con su colorido, cada rincón de los camposantos.
¿Qué regalar? Se preguntan quienes no tienen dinero suficiente para comprar un presente. Los precios disparados y la doble moneda encarecen hasta lo más simple, pero gracias a Dios, un beso y una exclamación de felicitación, sólo cuesta el respeto y consideración que merece cualquier madre cubana.
El saludo de esa mañana dominical no es “buenos días”, sino “felicidades”, y se le dice a todas las mujeres, se conozcan o no. Lo da un simple vecino, un niño o un dependiente. Esta felicitación se repite hasta el infinito, es un reglo vivo en el amor.
Cuando se invierte esa Ley que toda madre quiere que se cumpla a su deseo, es un día de plena tristeza para esa madre que perdió a su hijo o hija por enfermedades, causas accidentales o por esas salidas a mar traviesa en busca de mejores condiciones de vida, quizás “con el anhelo de ayudar desde allá, a mamá”.
Aunque todos repiten que el Día de las Madres es todos los días, se hacen planes para esta conmemoración hasta con meses de antelación. Es como un deber que las personas sin distinción de edades se hacen ante sí mismo, de realizar este homenaje compartido porque Madre es Amor.
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