De Represión en Banes |
Foto archivo.
Por José Alberto Álvarez Bravo.
No conocí personalmente a la señora, pero sus hijos Agustín y Ada Lopez Canino, me son muy queridos. Acaban de pasar por uno de los eventos más difíciles que nos da la vida: la pérdida de quien nos la da.
Lo supimos a traves de un sms de Yoani, y sucesivas llamadas de William Cacer al movil de Tin (Agustín) nos fueron orientando: sobre las 3:00 pm del 5 de junio de 2012, el cortejo llegaría al cementerio de Colon, a donde me dirigí con mi amigo y compañero de luchas, Eriberto Liranza Romero. Allí nos unimos a Willy y Frank Abel, que nos antecedieron.
Leíamos, dormitábamos o conversábamos cuando irrumpieron dos autos Lada con matrícula particular, desmontándose un grupo de individuos vestidos de civil en quienes reconocimos la indeseable presencia de la policía política. De inmediato, uno de sus más connotados agentes descubiertos, el monumental Volodia (Vladimir Gonzalez Zaldivar), comenzó a rondarnos amenazador, con la evidente intención de amedrentarnos con su corpachón.
Indiferentes a su trasiego de matones alquilados, uno de los esbirros expresó, en tono y volumen que pudiéramos oirle con claridad, la frase que denota el ansia reprimida de recibir la orden de terminar de una vez con la disidencia pacífica cubana: machete que son poquitos.
Esta frase reiterada en todos los actos de repudio contra las Damas de Blanco, revela la identidad de quiénes están detrás del “pueblo enardecido”.
El flagrante irrespeto al dolor de una pequeña familia, expresado en la irreverente presencia de más de una docena de delincuentes licitados por el poder castrista, contrasta con la cacareada vocación humanitaria del régimen. Cual si de una protesta callejera se tratara, los asesinos a sueldo de la dictadura se arracimaron a cierta distancia; habian ido llegando en motos Suzuki, adquiridas con los recursos que sus amos esquilman al pueblo cubano para facilitarles su rápido desplazamiento. Su enanismo moral quedó evidenciado en la mayoría numérica de los represores en comparación con dolientes y amigos.
Mientras los asesinos contenidos persiguen hasta una pequeña congregación transida por una pérdida irreparable, tontos útiles, o quizás oportunistas redomados, continúan exigiendo a la justicia norteamericana, en suelo norteamericano, la excarcelación de los espias probados, que deben su vida a que la película no fue al revés.
¿Qué sucedería si de pronto dejáramos de ser poquitos? ¿Tanques de guerra? ¿Ametralladoras? Sería interesante oir entonces las palabras de la bella Camila Vallejo, quizás ya un tanto tardías.
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