Por José Alberto Álvarez Bravo.
Dentro de poco más de una hora serán las doce de la noche en Cuba, dando inicio al décimo día de diciembre del año 2012 de la era cristiana. Hoy en la tarde mi amigo Reinaldo Hernández me regaló un disco recibido del exilio cubano en Estados Unidos, que aborda en detalles el derribo de las avionetas civiles e inermes de Hermanos al Rescate. He quedado impactado. Siento como si una esquirla de los cohetes asesinos me hubiera traspasado el corazón. De los tantos crímenes cometidos por los tiranos Fidel y Raúl Castro, con la complicidad de tantos hijos de esta isla maldecida, este compite por estar entre los más repugnantes. Cuatro hombres buenos entregaron sus valiosas vidas a una noble causa; yo estoy en la otra orilla. La otra orilla del mismo valle de dolor.
Yo estoy en la orilla de las decenas de miles de cubanos que han perecido en el Estrecho de La Florida huyendo de la pesadilla castrista; de quienes dirigieron su última mirada al cielo en un postrer esfuerzo por divisar las avionetas salvadoras.
Estoy en esa orilla simbólica porque me toca visitar a los familiares de cubanos desaparecidos, muchas veces cuando ya esas familias han aceptado lo irreversible de su aciago destino.
Tristísimo tener que reabrir heridas a duras penas restañadas. Jóvenes que crecieron con una imagen furtiva guardada en sus retinas, una imagen tan querida como inasible. Rostros surcados de arrugas; arrugas que son como cauces al llanto que se niega a remitir.
A este cuadro dramático se suma, como ácido corrosivo sobre la epidermis nacional, el fariseísmo criminal de la dictadura castrista, aferrada en machacar la falacia de que “en Cuba no hay ni un solo caso de desaparición de ciudadanos”.
Su primera maldad es desconocer su flagrante responsabilidad en la desaparición de miles de balseros en el Estrecho de La Florida, para continuar con la sínica negación de las desapariciones por motivos políticos. Ahí están los casos de Roberto Franco Alfaro y Alberto Sigas Hechavarría, hechos por los que aun los cubanos no les hemos pedido cuentas.
Pero no ha de estar lejos el día en que los crímenes del castrismo contra el pueblo cubano salgan a la luz. Los cubanos de las dos orillas juntarán sus manos, juntarán sus voces, juntarán sus corazones, y condenarán a los villanos que usurparon el poder por la fuerza y el dolor. Aunque muchos no lo veamos.
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