Barcelona/ Mambí en A/ Charles-Maurice Talleyrand, el diplomático y estadista francés, le dijo a Napoleón Bonaparte que las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse en ellas. Talleyrand también debió advertir que tampoco sirven para producir alimentos.
El pasado 11 de julio el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, encargó al ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino López, la jefatura de la Gran Misión Abastecimiento Seguro, un programa que tiene como objetivo normalizar la oferta de alimentos en Venezuela.
No será una misión sencilla. La escasez de productos básicos en los anaqueles supera el 80 por ciento y los venezolanos hacen filas durante cuatro y seis horas en promedio para poder adquirirlos a precios controlados, aunque solo pueden comprar en el día de la semana que les corresponde según el número en el que termina su documento de identidad. Los precios de los alimentos han alcanzado niveles estratosféricos en el país que tiene la inflación más alta del mundo.
El hambre dejó de ser la distante amenaza de cuando solo se escuchaban anécdotas sobre niños desmayados en el colegio y gente buscando comida entre la basura. El hambre en Venezuela se transformó en un problema que debe ser atendido con urgencia.
El gobierno encabezado por Nicolás Maduro atribuye la escasez y la inflación a la “guerra económica”, un concepto que la narrativa oficial define como una ofensiva orquestada por empresas, industrias y comerciantes apoyados por el imperio estadounidense. ¿El objetivo de esta conspiración? Generar malestar en la población y desalojar al gobierno del poder. Pero una cosa es la propaganda y otra muy diferente la realidad.
El general Padrino López debería saber que no se puede ganar una guerra que no existe.
Sin embargo, aunque la “guerra económica” solo sea una ficción diseñada para ocultar el fracaso del gobierno, la solución del problema de los alimentos sí pasa por derrotar a un enemigo —un enemigo que está lejos de los discursos propagandísticos oficiales—.
El verdadero enemigo de Padrino López es el legado de Chávez.
Los problemas económicos que sufren los venezolanos son consecuencia de una serie de políticas económicas y reguladoras que fueron implementadas por el presidente Hugo Chávez y continuadas por Nicolás Maduro. Se trata de políticas que constituyen la esencia del modelo intervencionista implementado bajo el nombre de “Socialismo del siglo XXI”, como el control del precios, las estatizaciones y el control de cambios.
El gobierno tiene como desafío desmontar un control de cambios que le impide a las empresas y a los ciudadanos comprar divisas regularmente y a un precio único, lo que se ha convertido en una incesante fuente de corrupción. Debe desmontar un control que ha desestimulado la producción en Venezuela, generando escasez y profundizando la dependencia de las importaciones.
También urge que la propiedad de las empresas estatizadas regrese a manos privadas con el fin de reactivar la producción. En resumen: la recuperación de la economía venezolana pasa por desmontar el modelo implementado por el presidente Chávez.
La agenda de trabajo necesaria para solucionar los problemas económicos no es militar. Es más bien un programa de reformas urgentes en las políticas públicas, regulatorias y económicas. Una agenda que requiere de conocimientos económicos y un manejo experto de los conceptos de economía política de las reformas.
Durante tres años, el presidente Nicolás Maduro se ha negado a aceptar la urgencia de un cambio de dirección. El mandatario impide las reformas necesarias anulando incluso a los ministros que en su equipo han promovido un cambio. Mientras tanto la economía se hunde en la recesión.
Ahora Maduro cede poder ante Padrino López. ¿Por qué? Esta pregunta todavía no tiene respuestas, sino hipótesis. Algunos creen que es el comienzo de una transición exigida por los militares. Otra tesis apunta en una dirección política: dotar a Padrino López con poderes equivalentes a los de un primer ministro implica la consolidación de una alianza cívico-militar que le garantiza a Maduro mantener al chavismo en el poder y sobrevivir a las protestas sociales por la escasez de alimentos.
Se supone que las bayonetas pueden servir para eso y quizá también para mantener al margen las presiones de la oposición por activar un referendo revocatorio para sacar a Maduro de la presidencia.
Más allá de las inciertas causas de su nombramiento, Padrino López ahora es el responsable de solucionar el problema de los alimentos en Venezuela. Pero un mes después de su nombramiento no ha dado ninguna señal de estar yendo en la dirección correcta.
Las señales han sido de signo contrario y preocupantes. Veintinueve revendedores de productos regulados en el mercado negro fueron detenidos en una operación encabezada por dos generales. Fueron desplegados más de quinientos efectivos de las fuerzas del orden público, entre militares y policías, pero al día siguiente de esa gran operación militar el mercado negro siguió funcionando como siempre.
Esto muestra que la represión no podrá derrotar las conductas creadas por las propias políticas del gobierno. No es tarea de los ejércitos derrotar a los mercados negros. Las armas de las Fuerzas Armadas Bolivarianas no están hechas para calmar el hambre.
Maduro y Padrino deberían saber que los problemas de Venezuela no se solucionarán sentándose sobre las bayonetas. El desafío es abandonar el llamado socialismo del siglo XXI y la doctrina “Chaveznomics”, un modelo productor de pobreza y angustias.
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Angel Alayón es economista y director del portal de ideas Prodavinci.com
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