Por: Agustín Figueroa Galindo.
Barcelona/ Mambí en A/ A lo largo y ancho del país existen pequeños pueblos olvidados en el tiempo, pero también en la capital, estructurada por barrios y repartos, hay algunos que se pueden comparar con el famoso “Llega y pon”. Ese es el caso de La Fortuna, en el habanero municipio de Boyeros.
Un señor residente del lugar de 87 años de edad, nombrado Rafael Gómez Sánchez, tuvo la amabilidad de contarme el por qué de este nombre. Dice estar vinculado a una mujer de nombre Fortunata, dueña de la finca donde se comenzó a construir el asentamiento; ella se casó con uno de los tantos inmigrantes refugiados en la isla, de la Segunda Guerra Mundial, que le apodaban “El Polaco”, y ambos se dieron a la tarea de fomentar el Reparto, nombrándolo Fortuna en honor de su propietaria.
El nombre ya resulta peculiar y llama la atención, porque da la idea de que allí viven personas en la bonanza; en confortables apartamentos rodeados de calles pavimentadas, céspedes y parques con árboles frondosos, donde los niños juegan y los enamorados se sientan a contemplar la luna.
Pero la realidad es otra, la mayoría de las viviendas se encuentran en mal estado o en peligro de derrumbe, no existen calles solo callejones. Los vecinos del lugar –al igual que la mayoría de los cubanos- se quejan que no pueden reparar sus viviendas, porque sus salarios no están acordes con los precios de los materiales de construcción que oferta el Estado.
El crecimiento poblacional, junto a la falta de recursos, ha obligado a los residentes del lugar a construir verdaderas chozas para poder proteger del frio y la lluvia a sus familias, la mayoría de estas personas viven de una forma infrahumana.
Son muchos los testimonios que sobre la penosa situación de la localidad pueden ofrecerse. La señora Rosa María Rodríguez, lugareña, nos cuenta que gracias a sus dos hijos en el extranjero que le envían ayuda económica, pudo reparar su vivienda. En esa misma situación hay algunas otras familias que han resuelto este grave problema por sus allegados en el exterior.
Las calles del barrio compiten con las de Venecia, no por su belleza, sino por estar inundadas por los salideros, tanto de agua potable como albañales, que cuando se unen forman pequeñas charcas, convirtiendo la zona en un foco insalubre, obligando a sus pobladores a vivir en estas pésimas condiciones higiénico-sanitarias. A lo que se puede añadir las afectaciones dentro de las viviendas por tupiciones del sistema de alcantarillado que hacen colapsar las tuberías y provocan inundaciones de aguas fétidas.
Los vecinos se han quejado a varias instancias gubernamentales, de forma personal y por cartas; la respuesta siempre es la misma: “no existen recursos para resolver estos problemas, hay que esperar.
Sin embargo, a menos de 500 metros de esta comunidad el régimen ha construido dos grupos de edificios para militares de menor rango. Fueron bautizados con los nombres de “La Nueva Fortuna” y “Ciudad Paraíso”. Ambos cuentan con calles y aceras pavimentadas, parques, una tienda por departamentos, incluyendo alimentos; tienen precios especiales que comparados con los de la población podrían considerarse ínfimos; incluso cuentan con paneles solares.
Para los niños, esta especie de nueva burguesía, tiene escuelas con claustros de profesores de primer nivel; amuebladas y equipadas con tecnología punta. Lo que difiere de los hijos de los que viven en La Fortuna, que tienen que asistir a clases con profesores emergentes, en colegios en condiciones estructurales pésimas y con una base material de estudios insuficiente y obsoleta.
En las calles de este barrio para militares, se pueden ver autos modernos –en el concepto cubano- parqueados fuera de los edificios, tanto con chapa estatal como particular. En fin, con dos localidades tan cercas, el contraste entre la forma en que viven los militares y los civiles es demasiado evidente.
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